Corría la primavera de 1928 cuando Ernest Hemingway
pisó por vez primera tierra cubana. Arribó
procedente de Francia en el vapor Orita y una breve escala
en La Habana bastó para decidir su futuro, porque
el ya famoso autor de Adiós a las armas
quedó atrapado por los encantos de la ciudad que
después sería testigo de sus numerosas andanzas
durante años.
En el transcurso de su agitada vida muchas urbes acapararon
la atención de aquel hombre de lento andar y mirada
escrutadora, pero ninguna como La Habana lo imantó,
sobre todo después que regresó a pescar agujas
durante una temporada en la que anzoló diecinueve
especies que lo vincularon para siempre a la vida del mar
y el inconfundible olor al salitre que se impregna en la
piel hasta llegar al corazón.
El escritor Lisandro Otero reveló de Hemingway que
en Cuba descubrió el sabor del aguacate, la piña
y el mango. De todo eso habló Ernest en un artículo
al que tituló: "Agujas lejos del Morro: una
carta cubana", que publicó en la revista Esquire,
en el número de otoño de 1933.
Su segunda estadía en Cuba había ocurrido
de abril a junio de 1932, la tercera un año después.
Durante ese período escribió dos de sus mejores
cuentos y advirtió que el clima cubano, y su actividad
deportiva, lo vigorizaban física y mentalmente. Expresaba
que Cuba "lo llenaba de jugos", que era su manera
de decir que allí lo invadía una gran energía
creativa.
En ese entonces descubrió el Hotel Ambos
Mundos, una joya arquitectónica que se conserva como
si el tiempo se hubiese detenido.
Ese sería el paradero del espigado escritor estadounidense.
La habitación, marcada con el número 511 se
mantiene tal como él la conoció. Desde ella
oteaba el azul marino por el norte, y por el este la entrada
del puerto. Además, venía la Catedral. El
poblado de Casablanca, los tejados coloniales y los muelles.
En 1937 la capital cubana y el país en sentido general
vivían una etapa difícil. Los problemas sociales
que se sucedían en esa década calaron profundo
en sus sentimientos.
Entonces escribió su novela Tener y no tener,
cuya trama tiene lugar en La Habana y Cayo Hueso. En la
obra plasmó: "Ya sabes cómo es La Habana
por la mañana temprano, con los vagabundos que duermen
todavía recostados a las paredes; aun antes de que
los camiones de las neverías traigan el hielo a los
bares. Bien, cruzamos la plazoleta que está frente
al muelle y fuimos al café La Perla de San Francisco
y había sólo un mendigo despierto en la plazoleta
y estaba bebiendo agua de la fuente".
Harry Morgan, principal personaje de esa novela, pregunta
a un revolucionario cubano qué clase de revolución
harán sus compañeros: "Somos el único
partido revolucionario... queremos acabar con los viejos
politiqueros, con el imperialismo yanki que nos estrangula
y con la tiranía del ejército. Vamos a comenzar
de nuevo para darle a cada hombre una
oportunidad. Queremos terminar la esclavitud de los guajiros...
dividir las grandes fincas azucareras entre quienes las
trabajan... Ahora estamos gobernados por rifles, pistolas,
ametralladoras y bayonetas... Amo a mi país y haría
cualquier cosa... por librarlo de su tiranía."
En 1939 buscaba la tranquilidad que añoraba, cuando
encontró la Finca Vigía, en San Francisco
de Paula una barriada en las afueras de la ciudad.
En un primer momento no le convencía el entorno.
Le parecía demasiado lejano y si adoptó la
decisión fue por complacer a su esposa. Quizás
por eso prefería pasar el tiempo en La Habana, o
en su yate Pilar.
La casa fue remodelada y en 1940 adquirió la propiedad
de un lugar que lo marcaría para la eternidad. "Por
quién doblan las campanas" fue la primera gran
obra escrita allí.
Palmo a palmo recorrió las adoquinadas y estrechas
calles de una ciudad que lo iba envolviendo cada vez más.
Con frecuencia acudía al restaurante El Floridita,
para refrescar el cuerpo y tal vez su alma con el daiquirí,
uno de los tragos más exquisitos de la coctelería
nacional.
En la actualidad tras esas huellas muchos turistas acuden
a la famosa Bodeguita del Medio, atrayente lugar donde el
escritor solía acudir para conversar, entre mojito
y mojito con el viejo Martínez, dueño del
establecimiento.
Con mucho tino comentó que entre las bebidas cubanas
prefería tomar su daiquirí en El Floridida
y su mojito en la Bodeguita del Medio.
En Cojímar, pueblo de pescadores, conoció
a Gregorio Fuentes, devenido inseparable compañero
de andanzas tras las especies marinas en aguas del Golfo.
Ese mismo Gregorio que capitaneó el yate Pilar, resultó
magnífica inspiración para su obra maestra
El viejo y el mar.
Cuando en 1954 recibió el Nobel de Literatura, dijo:
Este es un premio que pertenece a Cuba porque mi obra
fue pensada y creada en Cuba, con mi gente de Cojímar
de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones
está presente esta patria adoptiva donde tengo mis
libros y mi casa.
Sentía una inmensa deuda con un pueblo que lo quiso
y lo admiró. Eso se explica tal vez en su decisión
de ofrendar la medalla del Premio Nobel a la Virgen de la
Caridad, Patrona de Cuba.
Tras el triunfo de la Revolución en Cuba se mantuvo
inalterable en su finca. Conoció a Fidel Castro y
juntos compartieron una jornada de pesca y como viejos amigos
dialogaron durante horas. Por eso a nadie extrañó
cuando en 1960 al trasladarse enfermo a Estados Unidos,
un periodista inquirió su opinión acerca del
proceso que comenzaba a gestarse en la Isla.
Ernest Hemingway no vaciló un instante en responder:
"La gente de honor creemos en la Revolución
Cubana."
Su estado de salud se quebrantaba cada día más.
Él lo sabía y quiso tomarle la delantera a
la parca mediante la terrible decisión que aceleró
lo inevitable. Junto a todas las cosas buenas que atesoraba
en el alma también se llevó a la tumba su
amor por Cuba.
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