"Todo sobre
él era viejo, excepto sus ojos, que eran del mismo
color del mar, alegres e inderrotables", escribió
Hemingway en su obra cumbre. Así describía al
inseparable amigo Gregorio Fuentes, nacido el 11 de julio
de 1897 en Islas Canarias y trasladado a Cuba junto a sus
padres cuando él tenía seis años
Se conocieron en 1928 en Dry Tortuga, pero los lazos amistosos
se profundizaron a partir de los años 30 cuando Ernest,
impresionado por la esmerada labor que realizaba Gregorio,
lo contrató para que trabajara en el yate Pilar.
A estos hombres los unía la pasión por la pesca.
El mar abierto fue el telón de fondo de una gran carrera
literaria y una leyenda. Fuentes era un marinero nato: cabalgó
cuatro huracanes, cruzó a nado aguas infestadas de
tiburones para rescatar a un hombre que se estaba ahogando,
y podía sentir en sus huesos el lugar exacto por donde
pasarían el pez vela, el pez aguja o el tarpón
más grandes. Al menos, así lo afirmaba Hemingway.
Siempre vivió en un modesto hogar el poblado pesquero
de Cojímar, Su existencia llegó hasta los 104
años, cuando aquella mañana dominical el cansado
corazón dejó de latir, quizás cuando
su mente urdía otra aventura marina.
Unos meses antes del adiós, Gregorio recibió
el título honorifico de Capitán de la Asociación
Internacional de Pesca Deportiva (IGFA). Ese día, en
el Club Náutico que lleva el nombre de su patrón,
aquella leyenda viviente contó anécdotas y charló
animadamente, siempre con su inseparable tabaco en las manos.
Después del suicidio de Hemingway, Fuentes jamás
regresó al mar y tampoco tomó una caña
de pescar. Siempre se negó a aceptar la realidad de
la muerte de Papa al calificar de absurdas las causas del
suicidio y en más de una ocasión se refirió
a su
muerte como una conspiración.
Yo no he dejado de llorar a Papa un solo
día en todos estos años, comentó
el viejo pescador el día en que rodeado de amigos festejó
sus 100 años de edad. Antes Hemingway, refiriéndose
a Gregorio escribió simplemente: Fue una suerte
encontrarlo.